
En la época de la gran depresión económica en Estados Unidos, surgieron una serie de novelas policíacas que transportaban a los lectores a mundos sofisticados, elegantes y poblados de gente de clase alta. Es decir, mundos muy alejados de los suyos.
De entre estas novelas, las más populares son las escritas por Agatha Christie.

Pese a la intención escapista de estas obras, y del regusto conservador que solía tener este tipo de literatura por su defensa del orden, las novelas de esta autora poseen ciertos elementos subversivos que suelen pasarse por alto.
Como dichos elementos suelen tener que ver con los finales, a partir de aquí no deberían seguir leyendo los que tengan intención de adentrarse en la obra de la autora.
Dicho esto, analicemos los desenlaces de algunas de sus obras más míticas:
«Asesinato en el orient express´´ tiene un planteamiento y estructura que sigue el patrón del género policíaco clásico. Es decir:
Planteamiento de un misterio ( un crimen cometido a bordo de un tren).
Doce sospechosos, y un detective ( el mítico Hércules Poirot) dispuesto a averiguar la verdad.
Una trama que avanza a base de nuevas pistas y revelaciones.
Final sorprendente: todos los sospechosos, no solo uno, cometieron el crimen.

Sin embargo, la subversión aparece en el desenlace. Descubrimos que la víctima no era inocente, sino un asesino responsable de la muerte de una niña, mientras que los criminales buscaban venganza por este suceso.
Tras conocer la verdad, los investigadores optan por dejar ir libres a los doce asesinos en un final que contradice el sentido de justicia clásico, colocando la resolución en un terreno más gris que interpela al lector.
¿Qué habríamos hecho nosotros en el lugar de Poirot?
La subversión también está presente en otra obra de Christie, «Diez negritos´´. Si en la anterior muchos personajes se confabulaban para matar a uno, aquí es uno solo el que lleva a cabo un plan para matar a muchos.

Ya desde el planteamiento, la obra subvierte una de las reglas del policíaco: no hay detective. La policía solo aparece al final para mostrar su desconcierto, y el protagonismo recae en la víctimas, que van siendo eliminadas de formas creativas.
Al final, se desvela la identidad del asesino, pero después de que este haya conseguido llevar a cabo su plan y él mismo se delate arrojando una confesión al mar, dentro de una botella.
Es decir, aquí el orden tampoco se restablece. El villano (en un giro muy poco habitual en el género) vence y la policía está desconcertada.
Pero quizá la mayor subversión esté en la primera obra importante de Christie, «El asesinato de Roger Ackroyd´´.

En este libro, además de dar a Poirot su primer caso importante, la autora introduce un giro que en su día sacudió los cimientos de este tipo de novela: el asesino no solo es el protagonista, sino también el narrador de la historia.
De esta forma, el último capítulo se convierte casi en un ensayo meta narrativo donde el propio criminal, tras ser descubierto, nos explica qué datos ha omitido y cómo ha ido narrando los hechos de forma que no le descubriésemos.
Existen otros ejemplos, por supuesto. Desde asesinos que resultan ser niños, hasta policías que son asesinos disfrazados. Pero basta esta muestra para probar cómo Christie busca que el lector no quede reconfortado tras pasar la última página.
Donde otros autores perturban el sistema solo para restituirlo al final, Agatha Christie nos hace ver sus grietas dejando la herida sin cerrar. Por ello, sus novelas no son solo entretenimiento.
También son subversión silenciosa.

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