Fundido a negro: Tiempo cinematográfico y tiempo real

El tiempo no transcurre de la misma forma en la vida que en el cine. La primera está llena de tiempos muertos que el segundo evita a través de distintas herramientas y técnicas narrativas, como las elipsis o el montaje.

Hay, sin embargo, algunas películas que rompen un poco con esto. Veámoslas.

La soga (Alfred Hitchcock, 1948)

De nuevo aparece Hitchcock en esta sección, esta vez con una de sus obras más teatrales.

El mítico director inglés quiso dar una sensación de amenaza e inmediatez a esta historia sobre unos estudiantes universitarios que celebran una fiesta sin saber que el cadáver de uno de ellos está oculto en un arcón.

Para lograrlo, concibió una idea revolucionaria en la época: el plano secuencia. O, dicho de otra forma, una película en un solo plano.

A pesar de que, si se está atento, esto no es realmente así (hay trucos como disimular un corte de plano acercando la cámara a la espalda de un personaje, ya que la tecnología de la época hacía el experimento concebido por Hitchcock técnicamente imposible), la historia presenta una verosímil unidad de efecto y acción.

Esto, unido a la habilidad del director para saber dónde enfocar la cámara (el momento en el que una criada está a punto de abrir el arcón y ver el cuerpo tiene un suspense brutal), consigue generar esa sensación de peligro y urgencia que se pretendía.

Usar el rodaje en un único plano es una de las formas que permiten acercar el tiempo real y el fílmico, pero, como veremos, no la única.

Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952)

Atípica película del oeste donde un sheriff debe conseguir en tiempo récord ayudantes para enfrentar a una banda criminal que está a punto de llegar a su pueblo.

A diferencia de la anterior, está rodada de forma convencional, pero el director consigue la misma unidad de acción al hacer que el tiempo que dura la película sea el mismo que tarda el jefe de la banda en llegar al pueblo.

De esta forma, consigue transmitir la angustia, urgencia y finalmente impotencia del sheriff, que no logra que nadie del pueblo le ayude. Al guion y las buenas interpretaciones, especialmente Gary Cooper, ayuda otra herramienta cinematográfica: el montaje.

En todo momento, este intercala entre lo que sucede en el pueblo y en la estación, que es a donde está a punto de llegar el líder de la banda para reunirse con los suyos. Esto, unido a constantes insertos de relojes, refuerza la sensación de urgencia.

A destacar el momento de la llegada del tren, narrado con una combinación de planos abiertos y cerrados que pasan de la maquinaria de este a la mirada de distintos personajes. Puro Hitchcock, sin Hitchcock.

Setenta minutos para huir (Steve de Jarnatt, 1988)

En esta apocalíptica película, un hombre recibe una llamada anunciándole que un misil nuclear impactará contra su ciudad en setenta minutos.

A diferencia de la anterior, esta película tiene un primer acto, los veinte minutos iniciales, que están narrados de una manera cinematográfica convencional, con elipsis y pasos de tiempo.

Sin embargo, a raíz del primer punto de giro, la llamada, el tiempo que resta de película es el mismo que tardará el misil en impactar: los setenta minutos del título.

De esa forma se logra, primero, engañar al espectador haciéndole creer que va a ver una ficción convencional, y finalmente convertir la odisea del protagonista en una angustiosa carrera contrarreloj que va volviéndose opresiva y apocalíptica.

Tres ejemplos de tres directores diferentes donde el tiempo fílmico se ajusta al real para generar una sensación, en este caso de angustia.

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