Fundido a negro: Clásico, moderno, postmoderno

¿Se pueden explicar estas tres etapas del cine a través de una ducha? Intentémoslo.

Clásico: La séptima víctima (Mark Robson, 1943)

Película de serie B, de aquellas que en los años 40 se emitían en programa doble junto a las películas «serias´´.

Para aquellos que creen que Marvel inventó los universos compartidos en el cine, nota curiosa: el personaje del doctor Louis Judd aparece también en otra película de este estilo estrenada en la misma época, «La mujer pantera´´.

En esta película, una de las protagonistas se ve amenazada por una extraña silueta que le habla desde el otro lado de una cortina de ducha.

¿Os suena? A un famoso director británico con sobrepeso también.

En esta escena pueden encontrarse algunas de las principales características del clasicismo, como la puesta en escena invisible. La cámara busca manifestar su presencia lo menos posible para crear la sensación de un mundo orgánico dentro de la pantalla.

La razón de esto se encuentra en la época del movimiento, antes de la segunda guerra mundial. Un mundo donde aún existían las verdades absolutas y palabras como dios, patria o religión se tenían como garantes del orden.

También debido a ello, las fronteras entre el bien y el mal están muy delimitadas en el clasicismo. La escena muestra esto otorgando un blanco casi virginal a la víctima amenazada, y la oscuridad a la silueta amenazadora.

El clasicismo, debido en parte a la censura de la época, también prefería sugerir a mostrar. Debido a ello, al igual que la joven de la ducha, nunca llegamos a ver a quien está al otro lado.

Solo lo escuchamos.

Moderno: Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960)

Vayamos ahora con el director británico con sobrepeso antes mencionado.

Este clásico del terror y el suspense no necesita presentación, así como tampoco la escena que he seleccionado.

La planificación es parecida a la de la anterior, pero con notables diferencias.

El modernismo, que comenzó tras la segunda guerra mundial, ya no tenía fe en las verdades absolutas y se angustiaba ante la posibilidad de un mundo fragmentado y sin sentido.

La escena muestra esto de distintas maneras:

Su puesta en escena ya no es invisible.

La cortina de ducha, erigida en metáfora de la pantalla de cine, se descorre para poner al descubierto el artificio de la representación, pues a partir de ahí lo que vemos se fragmenta en una rápida sucesión de planos que rompen el ritmo hasta entonces tranquilo de la cinta, y juegan con los límites de la censura mostrando retazos de violencia y desnudez.

El director incluye un plano donde el ojo muerto de la víctima mira a cámara, expresando una doble ruptura:

Por un lado, narrativa, pues la supuesta protagonista acaba de morir y la película se reinicia. La cámara incluso se desplaza, juguetona, hasta un sobre con dinero que hasta entonces creíamos importante, y ya no lo será.

Además, el ojo que mira a cámara rompe con la ilusión de realidad en el mundo ficticio de la pantalla. Apela al que mira, al que está al otro lado, haciendo aún más patente el artificio de la ficción.

Postmoderno: El fantasma del paraíso (Brian de Palma, 1974)

Si la modernidad pone de relieve el artificio del cine, la postmodernidad se recrea en este.

El artista postmoderno comparte la falta de fe en sistemas y verdades absolutas, pero, a diferencia del moderno, no se angustia ante esto sino que se divierte poniendo de relieve su artificialidad.

Para ello, se vale entre otros de uno de sus recursos favoritos: la intertextualidad u homenaje.

En este caso, la obra se dirige a un público que ya ha consumido mucho cine, y sabe reconocer las referencias a otras obras, creando la sensación de un texto fílmico que no es unívoco y cerrado, sino que en él conviven diferentes textos.

La película «El fantasma del paraíso´´ es un claro ejemplo de esto desde su propio planteamiento, mezclando géneros como la comedia, el terror, el romance y el musical, erigiéndose así en pastiche, una de las palabras clave del postmodernismo.

Además, juega a mezclar referencias tanto literarias (la evidente alusión del título y la trama a «El fantasma de la ópera´´), como cinematográficas, en este caso a la escena de la ducha del ya mencionado director inglés.

Haciendo uso de otra de las herramientas favoritas del postmodernismo, la parodia, subvierte nuestras expectativas haciendo que esta vez sea un rubio afeminado quien es amenazado mientras se ducha, y que la figura que acecha no pretenda matarlo, sino taparle cómicamente la boca para impedir que siga cantando.

Sin duda, la ducha es un elemento cotidiano al que el cine ha sabido sacarle partido.

Tres directores diferentes, en tres épocas y movimientos diferentes, han expresado a través de ella los discursos de su época y han retratado al cine como un infinito y fascinante juego de espejos.

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