H. F. G

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Cortos De Tinta:  Le Mans Du Champs (6)

«Por cierto, no sé qué te has hecho pero » -se detiene, se da la vuelta para mirarla con sinceridad, honestidad y grácilmente- «Me encanta tu pelo. Estás, buah! Guapísima».

Ese comentario le pilla a Djenevah totalmente desprevenida.

«Ah, mm, eh, gra, gracias. Tú, tú también» -le contesta Djenevah.

Siguen caminando, durante un rato mas, van bajando los pisos.

«Estas casas con muy grandes, siempre me he preguntado, ¿cómo las mantenéis tan limpias? ¿cómo se limpia esto?»

Akane se ríe.

«Tres días a la semana, los lunes, miércoles y viernes, vienen 14 personas del servicio doméstico, todo en nómina, eh, para limpiar cada planta. Cada uno se encarga de una sección asignada, están aquí prácticamente todo el día. Y los fines de semana nos encargamos nosotros»

«¿Y eso de afuera? porque veo mucho espacio por ahí» -continúa Djenevah-.

«Todos los días vienen ocho empleados, medio día. Para encargarse de eso»

Llegan al segundo piso, pasan por la sala de juegos.

«¿Y la comida?» -sigue interesada Djenevah-.

«Como te decía, el resto de días o tiempo, y de la comida nos encargamos nosotros».

«¿Limpias?» -se sorprende Djenenvah-.

Entran en la cocina donde hay tres personas, una chica y dos chicos preparando la cena, terminando.

«Cocinamos, planchamos, y demás» -le responde Akane-.

«Si yo tuviera tanta» -para de hablar y se detiene un segundo a pensar lo que quiere decir- «si yo fuera vosotros no haría eso, no haría mucho, la verdad, por no decir nada».

Akane la indica con un gesto de la cara si la ayuda a coger un par de bandejas, van todos cargados con la comida.

«Como ahora ¿no? ¿Y qué tal te está sentando estar así?» -remata Akane-.

Con las bandejas cargando de la cocina atraviesan un salón que conecta a través de unas puertas francesas a un comedor. Donde Djenevah ve caras conocidas ya, Denzel, Susan, Jossie y Ged, están todos los demás también, sentados en la mesa, las caras nuevas.

Cuando ya están todos sentados, cada uno se sirve sus bebidas y entonces empiezan a comer.

En silencio.

Djenevah les mira de reojo a cada uno detenidamente antes de hablar, los únicos a los que se les ve un poco mejor son a Jossie y a Ged. Djenevah carraspea con la intención que se la preste atención y lo consigue- «Perdonadme, pero, vuestra madre ha fallecido, ¿cómo podéis estar tan enteros?»

Hay como unas exclamaciones de indignación y escándalo.

«No lo estamos» -contesta enfadado Denzel-.

Susan llamando la atención a su hermano- «¡Dennie!»

Denzel se levanta de la mesa

«¿Quién ha dicho que estemos enteros? – dice Denzel y se va-.

«Yo no podría ni comer, lo digo yo, yo lo digo» -sigue Djenevah nerviosa-.

«¿Y quién coño eres tú?» -le reprocha Okenve-.

Susan llamando la atención a su hermano- ¡Kennie!

«Pues esperaba que me lo dijerais alguno de vosotros porque no entiendo qué demonios hago yo aquí» -impulsiva continúa Djenevah-.

«Pues eso mismo me pregunto yo «- dice Okenve, que se levanta y se va-.

«Estás aquí porque mi madre lo quiso así» -dice seria Susan-.

Akane queriendo normalizar y explicar la situación. Serena, suave, después de un instante de silencio- «Vivió muchos años con el cáncer, se le diagnosticó un tumor, al principio parecía fácil, o bueno, benigno, pero se malignizó. De hecho dijo que Dennie fue su milagro especial».

«La operaron, pero reapareció peor, estuvo con quimioterapia y más cosas» -dice Susan-.

Se quedaron todos callados. Después de la cena, Susan la quiere acompañar, se levanta a la misma vez que ella como para acompañarla.

«No, no, gracias. Ya, ya vuelvo yo sola. Me sé el camino» – dice Djenevah de verdad- «Perdonad».

Cuando se queda sola en su habitación, se da un golpecito en la cabeza ella misma, y se duerme sintiéndose fatal.

CAPÏTULO 9

Al día siguiente Djenevah después de pasar por el baño, y mirar en su maleta, ve que no tiene sus pelucas. Baja al segundo piso, a la cocina, y están las mismas personas que la noche anterior. Desayunan en el salón que está al lado de esa cocina.

Okenve, es un chico muy blanco, muy claro de piel, muy rubio, muy rubio, muy rubio y con unos ojos azules-verdosos-grises muy claros, clarísimos, alto y musculoso.

En el desayuno, Djenevah no mira a nadie, está avergonzada por su osadía y su comportamiento de la cena de la noche anterior. Se está todo el rato tocándose el pelo y colocándoselo para que la tapen el rostro.

«El caso es que todos estos años, todos nosotros trabajamos con ella, mental e interiormente. Nos quiso preparar, pero evidentemente. No es lo mismo. No estamos enteros. Ni mucho menos» -le dice Okenve-.

«Ya, no quería» – Djenevah suspira, y se calla-.

Todos los demás se miran entre ellos. Después de desayunar, Djenevah está poniendo platos en el lavavajillas en la cocina mencionada. Estando en ello viene uno de los hijos de Moura García.

«Hola, antes de comer, vamos a reunirnos todos» -le comunica Okenve

Djenevah con la mirada baja, asiente.

«Gracias «-Dice ella, él se va a ir- «Oye, yo quiero salir. Tengo que comprar unas cosas»- sigue ella-.

«¿Adónde?» -se extraña Okenve-.

«Pues, creo, que a una peluquería» -responde dubitativa Djenevah-.

«Se lo comento a los demás, y te decimos algo. Si es ahora, habrá que volver antes de la hora de comer» – responde Okenve, ella asiente- «Ya te avisamos con quien vas, quién te puede acompañar «-ella asiente y quiere sonreír, pero le sale una especie de mueca extraña-.

«Oye, ¿porqué habláis tan bien?»- se extraña Djenevah-.

– Okenve, un poco desconcertado- «Mi madre nos hablaba siempre en español. No solo en casa. Casi todas las películas y series las veíamos en castellano. Hasta canciones en español. Porque el alemán lo hablamos ya aquí en general, igual que el francés, y el inglés con personas que no saben alemán, ya sabes en clase… en los trabajos… «-Djenevah asiente y ésta vez sonríe mejor-.

Okenve se pone a ayudarla a recoger la cocina en riguroso silencio.

Después Okenve va a la sala de juegos en esa misma planta. Djenevah va a la primera planta. Sale por las puertas secundarias de al lado de la puerta principal.

Dan a un porche cubierto, con sillones, mesa, estufa, barbacoa y neverita, un mueble pequeño con libros, una televisión.

Djenevah observa que a su izquierda y a su derecha coronan el porche pares de columnas, y luego siguiendo como un camino hay pares de columnas todo recto, haciendo un pasillo enorme que va recorriendo el terreno, y forma un cuadrado grande. En la parte interior del cuadrado que forman esas columnas a pocos metros de las mismas hay césped y arbustos que van haciendo también cuadraditos en las esquinas también haciendo la misma forma que las columnas pero que entre ellos mismos, los arbustos están separados cada cuadradito, delimita sus fronteras con una hilera de flores y en la parte del centro, en medio de todo eso hay una piscina gigante.

Djenevah se recuesta en uno de los sillones del porche, se pone a leer al principio como si no quisiera, luego se pone unos auriculares inhalámbricos, y se duerme escuchando música y leyendo.

Se despierta sobresaltada porque otra de las hijas la despierta.

«Lo siento. Tenemos que irnos»-le dice Akele, Djenevah sin entender- «A la reunión».

Akele tiene definitivamente rasgos hindúes, su color de piel, los ojos, etc, es baja, voluptuosa, voluminosa, y atractiva.

«No os ofendáis, pero no, no quiero ir a la reunión, ni a nada» -sigue encabezonada Djeneva, Akele la coge del brazo y se levanta- «No quiero estar aquí, no sé, qué hago aquí, ni lo entiendo, ni nada».

«Ahora lo sabrás, después de esto podrás hacer lo que quieras» – responde Akele, se ponen a caminar yendo a la cuarta planta -«Pero de verdad que tenemos que irnos. No conviene que se enfade»-.

«¿Quién demonios fue Moura García? Es que… – Continúa Djenevah-.

«¿Te suena HFG?» -empieza Akele-.

«¿La, franquicia, el sello HFG? ¿una de las empresas más multimillonarias del planeta?» -se sorprende Djenevah-.

«Mi madre era la dueña» -sentencia Akele-.

Djenevah gritando- «¡Qué!» -Akele la chista para que baje el volumen de la voz- «¿Y, quién, quién se va a enfadar, si llegamos tarde? ¿tu padre?»

Akele niega y entran en el despacho. Ahí están todos sus hijos en un lado sentados en fila y en orden, de mayor a menor, y al tro lado está Jossie y Ged.

Jossie cuando Djenevah entra , va hacia ella, la coloca por delante de ella misma, de la propia Jossie, caminando un poco hasta que la deja y se va a sentar con Ged.

Al frente sentado detrás de un escritorio hay un hombre, de unos 50 años, apuesto y elegante, muy estirado, es albino con el pelo medio pelirrojo. Al lado de él hay un televisor como de 70 pulgadas o más, el hombre se levanta y entrega unas carpetas a todos, que tienen nombres en el exterior. Todos empiezan a leer.

Djenevah en bajito, a Jossie- «¿Qué es esto? No entiendo nada»-. se intriga Djenevah-.

«Es el reparto de bienes. Luego te lo» -le tranquiliza Jossie-.

En ese momento se abre la puerta, el tiempo se detiene, el aire se carga de tensión, de respeto, de realidad.

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